miércoles, 23 de junio de 2010

FIN.

-¡Mamá! ¡Mamá!- unas manos pequeñas zarandeaban mi brazo, eran exactamente cuatro manos.
-¿Qué pasa?- me revolví soñolienta.
-Mamá, está sonando el teléfono...-una voz tenue, fina y suave me susurraba al oído. Era la voz de una niña pequeña.
-Paula... Silencio. Papá está durmiendo.- comentó Isaac aún dormido y un poco enfadado.
-¡PAPÁ! Levántate, hay teléfono.- la voz de un niño se quejó.
-Se dice suena el teléfono, Isma...- refunfuñó Isaac.
Mamá, papá, Paula, Isma. Abrí los ojos de golpe y pegué un salto en la cama.
Justo encima de la coqueta color verde y negro, un gran marco destacaba con la foto de mi supuesta boda.
El vestido ya lo había visto antes, mi padre me lo había comprado en aquella enorme tienda. Mi vestido perfecto. Un gran moño con unos cuantos tirabuzones colgando de la parte de atrás decoraban mi cabeza. El maquillaje simple pero precioso, a tono con mi piel.
A mi lado, un hombre más perfecto que yo. Traje negro y corbata fina, también negra. Camisa blanca e impoluta. El pelo peinado hacia arriba en forma de pincho.




continuara

martes, 22 de junio de 2010

Cristales rotos


Así como se rompe el viento, el agua y el corazón se rompen los cristales.
Cuando alguien se enfada, cuando una persona se vuelve agresiva, cuando alguien se pone enfermo, cuando se hacen mayor, cuando eres un bebé, cuando aún tienes seis años, cuando te sorprenden, cuando alguien llora en solitario, cuando la soledad es tu mejor acompañante... Rompes cristales.
Después del golpe, poco a poco ves como esa pantalla que refleja tu imagen se agrieta lentamente. La primera grieta es apacible; la segunda, destruye tu orgullo; la tercera cría cinco grietas más y la cuarta, forma sucesivos.
Al final tu imagen se muestra tan cruel como es en realidad para los que te ven a diario.
Cura las grietas, solo tú tienes los reflejos suficientes para coger el espejo al vuelo.